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por Sebastián Castro

Pasé demasiado tiempo de mi niñez pegado a una vitrina de un supermercado Montserrat. Al otro lado del vidrio, había algo inmenso, glorioso: una figura arrolladora de Godzilla, un monstruo al cual conocía por la televisión y que sabía combatía otros gigantes y destruía ciudades en el proceso. Les digo, soñaba con el juguete. Soñaba con el reptil pisando a mis Tortugas Ninjas y mis Thundercats, aplanando con su cola a mis Superamigos y destruyendo todos los muebles de mi pieza a su paso. Hablaba de eso con tanta emoción que para un cumpleaños lejano mis viejos me lo regalaron y nunca más me pegué a otro escaparate.

Es que ya tenía al más grande de todos. Ya tenía al Rey de los Monstruos.

 

Mi relación con Godzilla nació en la infancia, y como tal, está llena de caídas. Tuve que aguantar a Godzuki en la serie animada. Fui al estreno de su película en los noventas, y recuerdo que fue la primera vez que me di cuenta que algunas películas podían ser, además de malas, decepcionantes. Más viejo me conseguí los especiales de la Toho, sus cómics gringos de la Dark Horse, cada adaptación de los nuevos estudios que lo acogieron. Bacilé sus encuentros con Mothra, la invención del Mecha-Godzilla, la aparición del Godzilla Junior, sus peleas con cada kaiju de Japón e incluso, con Ultraman. Las historias de Gojira (como lo bautizaron los nipones) no se trataban solamente de una bestia rabiosa; eran representaciones de la fuerza de la naturaleza. En Tokyo podía llover, podía temblar o podía despertar Godzilla y ese concepto, esa inseguridad bastaba para mantenerme pegado a las pantallas.

 

La nueva versión de Gareth Edwards toma de lleno aquella idea. Se trata de un reboot a toda regla, que juega con algunos de los detalles más clásicos de la saga y agrega nuevas claves del código moderno, que lejos de espantar los valores originales del leviatán, lo hacen funcionar mejor. Por primera vez en alguna pantalla gringa, se reflejan las leyes absolutas del cine kaiju (bestia extraña, en Japón) y se les entrega tiempo (y presupuesto) para armar un enfrentamiento que acabará con uno, con dos, con cincuenta edificios.

 

Mención especial merecen las peleas apocalípticas, las capturas de movimiento (asistidas por Andy “Gollum” Serkis) y la inquietante actuación de Bryan Cranston, quien logra llenar con angustia el respeto al monstruo sin que sea necesario mostrarlo. Y cuando hablamos de Godzilla, eso se agradece.

 

Vale, es cierto, que nuevamente hay muchos militares en pantalla, pero en la larga historia de Godzilla casi siempre los hubo. Ellos son las hormigas, esos pequeños bichitos que poco y nada pueden hacer frente al titán de escamas y cuyas historias -tan chicas como ellos- palidecen en el momento en que la bestia aparece. Donde más gana terreno esta película es en hacer del protagonista a Godzilla, no al jovencito, ni al científico, ni a ningún humano insignificante: en la fuerza del reptil radioactivo se sostiene las escenas, y en lo que hace o deja de hacer, la historia. Luego de una década de ausencia, el monarca de las bestias regresa para recordarnos que como antes, como siempre, es imparable, es supremo… y que sigue siendo el Rey.

 

GODZILLA

Director: Gareth Edwards

Actores:Juliette Binoche, Bryan Cranston, Elizabeth Olsen, Aaron Taylor-Johnson

Duración: 123 min.

Web Oficial: http://www.godzillamovie.com