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por Sebastián Castro

Imaginen por un momento lo que significa estar loco.

No, no, retrocedan. No loco.

Demente. Desquiciado.

24 horas al día, 7 días a la semana disfrutando cada segundo de tener los cables pelados, de peinar insistentemente la muñeca, de que se te vayan con todo y cabaña los enanitos para el bosque. Quizás como ningún otro superhéroe en las historietas Marvel, Deadpool simboliza todo eso. Una locura absoluta, casi caótica, escrita y dibujada especialmente para complacer al lector.

Es que estamos hablando de un personaje creado al principio de los noventas, una copia casi al calco de Deathstroke, el Terminator (el mejor cazarrecompensas de la competencia, DC Comics), y que sólo adquirió verdadera personalidad propia una vez que lo dotaron de esta locura irrenunciable. Payaso/ninja/looney toon, tan mortífero como cómico, quizás nació 10 años antes de lo debido en las páginas de los Nuevos Mutantes; pues su verdadero destino siempre lo estuvo esperando en la era del meme y las redes sociales.

Tal vez por eso se atrevieron en Hollywood a realizar este guión que estaba en el refrigerador hace eones, pues tal como los cómics del sicario de rojo, no busca nada más que hacernos pasar un buen rato. Sin pretensiones ni concesiones, la película del Mercenario Bocazas es exactamente lo que su exitosa campaña viral vendió: absurdo, violencia y risas.

Descarriada desde el primer minuto en pantalla, el film nos sumerge de lleno en la realidad de Wade W. Wilson, Deadpool, un ex-marine diagnosticado con el más mortal de los cánceres, que encontrará la oportunidad de mantenerse vivo bajo un cruel experimento. Todo sea por sobrevivir para su amada novia, piensa Wilson, desconociendo que el proceso lo dotará del factor de curación más poderoso del mundo, pero que a cambio, lo dejará completamente deformado, tanto física como mentalmente. Desde ahí, el antihéroe comenzará una venganza contra todos los responsables de su insanidad… haciéndolos víctimas de ella.

Deadpool es una fábula de cultura pop abarrotada de doble sentido, extrema violencia, sangre, chistes escatológicos y sexo. Oh, sí. Deadpool no es una película para niños y lo dejan claro desde el comienzo. Para el regenerado protagonista no hay nada sagrado y se ríe no sólo de su producción, sino de los actores, del impecable soundtrack y hasta de nosotros, los espectadores, con la característica principal del personaje en los cómics: la fisura de la cuarta pared.

Se hace obligado hablar de Ryan Reynolds, que insistió con tanta fuerza en llevar al personaje por una buena razón: es el mejor papel que ha interpretado. Quedan enterrados (y humillados incluso en pantalla) su triste pasado como Green Lantern y la primera versión de Deadpool, aparecida en la desastrosa Wolverine Origins. Gran parte de la gracia del guión (escrita por Rhett Reese y Paul Wernick, los mismos de Zombieland) radica en su velocidad e ingenio, del cual se pueden percibir varias partes de completa improvisación. Junto con la bella Morena Baccarin, son la punta de lanza de un casting que incluye algunos personajes mutantes y uno que otro cameo sorpresa.

En una década donde el género superheróico se ha transformado en apuestas seguras, es refrescante ver una propuesta innovadora, que está lejos de ser una obra maestra, pero bastante cerca de ser un clásico de culto automático, al que de seguro, le espera una sabrosa franquicia.

¿No conocen la locura?

Deadpool es un buen punto para partir.

Vayan por su entrada, las chimichangas corren por su cuenta.

PD: también pueden escuchar el podcast de ONP Chile dedicado a Deadpool